Domingo de Fútbol

Por Manuel Bermudo

Comienza una nueva temporada. Con ella nuevos sueños. Todos con un cosquilleo en el estómago y cierta ansiedad por volver a nuestra Catedral de Nervión.

Volver a subir por esas escaleras tan largas y tan simbólicas por las que van cayendo las preocupaciones, el estrés, los problemas, a la vez que nosotros ganamos peldaño a peldaño mientras se escucha el murmullo previo al pitido inicial.

Una vez arriba, nuestro corazón late al compás del exitoso Himno del Centenario. Llegamos al pasillo con un resoplido mezcla de cansancio y seguridad, seguridad por tener a pocos metros tu asiento, ese lugar donde terminas la metamorfosis y dejas de ser persona para convertirte en sevillista.

Este año es especial para mí, vuelvo a ser un granito de arena en nuestro club. Las cosas de la vida hicieron que me fuera a Madrid a vivir . Ví de lejos los grandes éxitos.

Ahora llevo un tiempo en Sevilla y por fin me decido a volver a verlo desde dentro.

Con mi vuelta a Nervión vuelven a surgir emociones, unas emociones que intentaré explicar en este post. Voy a ser lo más personal posible, ¡que no egocéntrico!

Un domingo de fútbol en el Sánchez-Pizjuán no es un domingo cualquiera. Me atrevería a decir que incluso desde el viernes ya es para mí un domingo de fútbol.

Comienza desde muy temprano. Lo primero que se hace es buscar bufanda y camiseta y dejarlas encima de la cama. ¡Y da igual que sea verano! ¡Bufanda!

El día se hace largo esperando la hora del partido. Las comidas en familia casi se convierten en un trámite los domingos. Entre cucharada y cucharada, recitas tu once inicial, sin esperar a que Jesús Alvarado te lo chive por el auricular. Es verdad que llevamos un tiempo en que es imposible repetir once. ¡Malditas lesiones!

Mientras comes, te preocupas de no agotar todo el pan para que quede una pieza reservada para el descanso. Después de comer, lo primero es ¡ir a la nevera! Si… después de comer… Abres el cajón de los embutidos deseando que tu bendita madre haya comprado jamón deshuesao para luego. Si es así, das un resoplido y al salón de sobremesa con el peliculón.

Pero no te engañes, sigues dándole vueltas a la alineación de horas más tarde. Una de un poli que persigue a unos delincuentes que ponen en peligro la seguridad de los EEUU, el presidente vuela en su Airforce One…

…Ésta ya la he visto…

Los auriculares y a escuchar el previo…

Llega la hora.

Camiseta, bufanda, bocadillo y a correr que hemos quedado a las 17,30 en el parque, que hoy le toca a otro llevar el coche. Siempre aparecemos seis y gastamos cinco minutos pensando mientras alguien suelta esa frase de:

“Illo, ¿y alguien en el maletero?”

Pero esas locuras duran tan poco como tiempo en pasar algún vecino con la bufanda pillada en la ventanilla del coche. ¡Ya tenemos solución!

Otra de las diferencias de un domingo con y sin futbol, el café de la tarde se convierte en cervecita, corrijo, Cruzcampo.

Ya estamos todos, cervezas en mano. Comentamos la injusta decisión de reservar a Kanoute para el partido de copa del miércoles. Discutimos si debe jugar uno u otro, ese momento mágico en el que todos nos convertimos en excelentes entrenadores.

Llega la hora de entrar en el campo, le quitamos el tapón a la botella de Coca cola, compramos el 3 por 1 euro de pipas, aunque ya lleves desde tu casa siempre es bueno por lo que pueda pasar.

Como al principio ya avancé, ese momento subiendo las escaleras, ese corazón que ya deja de latir a noventa pulsaciones para seguir el ritmo del Himno del Centenario y…

¡Comienza el espectáculo!