
El vestuario -pantalón y camisa de blanco inmaculado- contrasta con su tez morena por el efecto prolongado del sol y casi lo confunden a lo lejos con un personaje de la jet marbellí o un turista de Miami, de no ser por su gorrito y su fiel aliado, el canasto, que paulatinamente va despojándose del peso inicial de 15 kilogramos que suman los más de 250 paquetes de patatas.
Así hasta que, vacío, si las fuerzas acompañan y la demanda lo requiere, recoge un nuevo canasto y comienza de nuevo. “Es lo que mejor sé hacer”, asegura Rafael Pérez Sánchez, conocido como El Papi -del Puerto, para los más chovinistas- desde que por la década de los 60 comenzase a desfilar por el litoral portuense para ganar 6 reales por paquete.
A finales de los años 90 cobraba 100 pesetas y llegaba a recaudar más de 30.000 diarias; limpias, se quedan en menos de la mitad. Sin embargo, el dinero que antes fue materia de subsistencia, pasó a no ser objeto de su preocupación, sobre todo después de que a su madre le bendijese la diosa fortuna con más de 300 millones sus muchas horas de trabajo para sacar adelante a ocho hijos. Una cantidad de dinero de la que El Papi reconoce ser partícipe.
Así las cosas, todos los indicios situaban a este hombre en una vida más placentera y ociosa, que él mismo ha descartado porque asegura que prefiere la relación diaria con la gente de este club a la que considera su “segunda familia”, y porque “yo sin mi Buzo, me muero”.
En su playa, el Papi mantiene el espíritu de sus orígenes con un grito de guerra popular que sacó para suscitar la atención del comprador a raíz de la aparición de algunos imitadores. “El Papi, el auténtico, el genuino, el único”, aunque demuestra, por otra parte, un culto a la educación y a las buenas maneras: “Lo que usted disponga, cuando usted lo quiera”. Sólo abandona este espíritu servicial cuando trata con los más pequeños que en ocasiones parecen

Pero no sólo los niños le quieren. Los mayores le respetan y le han dado la exclusividad al comprarle únicamente a él las crujientes patatas fritas de Jerez. Tanta es la admiración que despierta que incluso hace unos años se extendió un bulo por la playa y el club de que el Papi había muerto y en tan solo dos horas se recaudó dinero para hacerle un busto de bronce. “
"Aquí me quieren mucho y me tratan muy bien”, asegura después de que un socio le haya invitado a una cerveza. No oculta que cada año le cuesta más cumplir con su sufrida labor. Con todo, se confiesa fiel a sus principios y asegura que no dejará de hacerlo: “Sueño con morirme en la playa con mi canasto y con la gente pidiéndome patatas”. Y El Papi prosigue con su pregón :"¡Que alegría de verano,qué alegría!".
F. Pérez Monguió. EL PAÍS.